domingo, 24 de octubre de 2004

 

Entresuelo...

Un ropero, un espejo, una silla, ninguna estrella, mi cuarto, una ventana, la noche como siempre, y yo sin hambre, con un chicle y un sueño, una esperanza. Hay muchos hombres fuera, en todas partes,y más allá la niebla, la mañana. Hay árboles helados, tierra seca,peces fijos idénticos al agua,nidos durmiendo bajo tibias palomas. Aquí, no hay mujer. Me falta. Mi corazón desde hace días quiere hincarse bajo alguna caricia, una palabra. Es áspera la noche. Contra muros, la sombralenta como los muertos, se arrastra. Esa mujer y yo estuvimos pegados con agua. Su piel sobre mis huesosy mis ojos dentro de su mirada. Nos hemos muerto muchas vecesal pie del alba. Recuerdo que recuerdo su nombre,sus labios, su transparente falda. Tiene los pechos dulces, y de un lugara otro de su cuerpo hay una gran distancia:de pezón a pezón cien labios y una hora,de pupila a pupila un corazón, dos lágrimas. Yo la quiero hasta el fondo de todos los abismos,hasta el último vuelo de la última ala,cuando la carne toda no sea carne, ni el alma sea alma.Es precioso querer. Yo ya lo sé. La quiero. ¡Es tan dura, tan tibia, tan clara! Esta noche me falta. Sube un violín desde la calle hasta mi cama.Ayer miré dos niños que ante un escaparatede maniquíes desnudos se peinaban. El silbato del tren me preocupó tres años,hoy se que es una máquina. Ningún adiós mejor que el de todos los días a cada cosa, en cada instante, altala sangre iluminada.
Desamparada sangre, noche blanda,tabaco del insomnio,triste cama.
Yo me voy a otra parte.Y me llevo mi mano, que tanto escribe y habla.

Del gran maestro Jaime Sabines. me llego

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